Cierto día en la selva apareció una báscula, de esas que se utilizan para medir el peso. Los animales jugaron con ella durante algún tiempo, hasta que que un papagallo que había escapado de un zoológico, le explicó como funcionaba, y todos por turno fueron pesandose. Al principio todo era un juego, cada animal veía cuanto engordaba o adelgazaba cada día, pero pronto muchos comenzaron a obsesionarse con su peso, y cada mañana lo primero que hacían era correr a la bascula, pesarse y poner muy mala cara el resto del día, porque marcara lo que marcara la balanza siempre estaba pensando lo mismo: Y más de lo que quería. "Según pasaron los meses la báscula, comenzó a sufrir las iras de los animales, que le regalaban patadas y malas miradas cada día, hasta que un día decidió que a la mañana siguiente las cosas cambiarían.
Aquella mañana la primera en correr a pesarse, fue la cebra. Pero en cuanto se subió a la báscula, esta comenzó a hacerle cosquillas en sus pezuñas descalzadas. Pronto encontró el punto justo, y la cebra no dejó de reír a carcajadas: Aquello le pareció tan divertido, que esa dio, ni se preocupó de su peso, y se marchó alegremente a tomar su desayuno, por primera vez en mucho tiempo. Lo mismo ocurrió con cuantos fuimos a pesarse.
Al día siguiente y el siguiente..., de forma que en poco tiempo, nadie estaba ya preocupado, por su pesa, si no, por lo divertidas y simpáticas que eran aquellas balanzas.
Con los meses y los años, la báscula dejó de marcar el peso para marcar el buen humor y el optimismo y todos descubrieron con el optimismo, y todos con alegría que esa era una forma mucho mejor de medir la belleza y el valor de las personas, de modo que en aquella selva nunca más hubo a nadie preocupado por aquella medida anticuada y pasada de moda que llamaban Kilo.